Víctima 4
- Izar Lizarralde
- 30 nov 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 21 mar 2022
Empecé esta relación super ilusionada. Los tres primeros meses fueron increíbles, parecía una persona maravillosa. A pesar de ello, todos mis amigos me avisaban de que fuese con cuidado. Que les olía todo muy mal. Que ya habían visto actitudes raras en él. Estudiábamos en el mismo campus, pero en facultades diferentes. Yo comenzaba ese año la carrera y estaba muy emocionada. Como es normal, teníamos muchos trabajos y proyectos, lo que se llevaba gran parte de mi tiempo. Soy bastante exigente conmigo misma así que quería trabajar en ellos, por lo tanto, ya no podía quedar mucho con él. Ingenua de mí, pensaba que con hablarlo todo iba a ir bien. Ahí empezó con el chantaje emocional: “En mala hora te has metido a esta carrera”, “antepones tus estudios a mí”, “menuda novia”, “ya veo lo que te importo y me quieres” y un largo etcétera.
Todo cambió cuando me dijo: “Te toca elegir: yo o tu carrera”. Obviamente, escogí mi futuro, pero ya con miedo a cómo iba a reaccionar él. Y reaccionó como me temía. Cito textualmente esta frase de la que jamás me olvidaré, porque dio comienzo a todo mi calvario: “Zorra de mierda, para qué he estado perdiendo el tiempo contigo. Tu único deber como novia es estar para mí, no te quiero ver más en mi puta vida”. Quiero recalcar que yo estaba ciega de amor por él. Le pedí perdón innumerables veces e incluso me plantee seriamente dejar la carrera y sus respuestas siempre eran: “No me sirve ningún perdón, ahórratelo”.
Tras aquello, todo fue a más. Quedamos con unos amigos para jugar en un lugar y la pelota se le fue por encima de una verja, a lo que me gritó : “Esto es todo por tu culpa, más te vale que vayas a por ella ahora mismo”. Los amigos le dijeron que se relajara, que yo no tenía la culpa de nada, porque ni siquiera estaba jugando. Él insistía en que subiese una verja de 3 metros de altura para cogerla. Estuvo una semana sin hablarme después de eso.
Tras innumerables episodios similares, siempre amedrentándome a más no poder, un día, como otro cualquiera, quedamos, me acompañó a casa y quiso mantener relaciones sexuales. Yo me negué e intentó meterme mano en mi portal. Traté de zafarme de él, pero me puso contra la pared y no podía quitármelo de encima. Le pedí mil veces que parase, que no quería y que por favor se fuese. Entonces, en una de esas súplicas, me agarró del brazo de tal manera que me hizo retorcerme del dolor y me pegó. Tras aquello, me dijo: “Eres mi novia y tu deber es follar conmigo cuando quiera. Si mi novia no quiere follar conmigo, es que no me quiere y no sirve como novia. Te dejo”.
Le rogué, durante unos cuantos días, que no me dejase y uno de ellos me dijo que fuese a su casa a pedirle perdón. Accedí y se repitió la historia. Empezó a meterme mano y le dije que parase, que no quería. Entonces, se enfadó de nuevo y rompió su teléfono. Pase tal miedo que estuve a punto de mearme encima. Mi cabeza se bloqueó y me quedé en un modo de stand by, el cual mi abusador aprovechó para hacer conmigo todo lo que quiso. Mientras me violaba, me amenazó susurrándome al oído, de una forma que solo al recordarlo se me ponen los pelos de punta. Me decía que la siguiente vez que me negase, tendría que romperme el culo (hablando en términos sexuales). Cuando terminó de violarme, me vestí y me fui a casa a llorar.
Pasadas un par de semanas, al fin tuve el valor de contárselo a una amiga de la cual él me había intentado separar. Tuve la suerte de que mi círculo más cercano estaba esperando a que abriese los ojos para ayudarme. Me animaron muchísimo, pero aun así, seguía sin ser capaz de dejarle. A pesar de ello, ya era más consciente de la situación e intentaba no quedar a solas con él, y si lo hacía, siempre en lugares públicos.
Pasó el tiempo, hasta que, un día que tenía que cuidar de mi hermana, recibí una llamada. Era él, diciéndome que se había caído (por motivos de seguridad no mencionaré qué actividad estaba realizando, ni dónde) y que fuese hasta allí, yo, que no poseo vehículo, a recoger lo que allí había dejado. Le dije que eran las 10 de la noche y yo no podía subir hasta allí, sola, sin coche, dejando a mi hermana a sus anchas para recoger aquello. Corté la llamada porque me estaba dando un ataque de ansiedad y su respuesta por WhatsApp fue: “Loca de mierda, menuda novia eres. Para esto te he aguantado yo, puta chiflada”. Entonces, mi hermana (con 12 años en aquellas) que debió de escuchar todo y verme la cara con los mensajes que estaba recibiendo, agarró mi teléfono y le escribió: Te dejo.
En ese preciso momento mi cabeza hizo click. Me pregunté a mí misma por qué cojones había estado aguantando tanto. Obviamente, discutí con él, pero no caí en su trampa.
Ojalá la historia acabase ahí. Pasaron los meses y fui, como pude, rehaciendo mi vida. Durante este tiempo mi agresor nos seguía a mi y mi grupo de amigos cuando íbamos por la calle y se hacía cuentas falsas de Instagram para insultarnos. En este periodo llegó a entrar en el Chat Terra para publicar mis datos (domicilio, teléfono e Instagram) ofertando servicios sexuales y diciendo que ahí era donde vivía. Las personas que lo leyeron me hablaron por WhatsApp, ya que les olía a chamusquina, y me avisaron de lo que estaba ocurriendo. Supimos que era él por unos conocidos. Nos contaron que a su anterior novia, además de estar haciéndole lo mismo, le había creado un perfil en una cuenta de pornografía y había subido fotos de ella.
Algo más tarde, conocí finalmente a otro chico y empecé a quedar con él. Tras un tiempo, decidí quedarme a dormir un fin de semana en su casa por primera vez. Ese mismo día, mi agresor me habló. Me pregunto por mí, que si ya estaba con otro, porque si no era así, él quería volver conmigo. No le comente nada de este chico, simplemente afirmé que no quería saber nada más de él y, antes de poder bloquearlo, me contestó con un: “Ya sé dónde estás y con quién, era para saber si eras capaz de admitirlo tú. Esto tendrá consecuencias”.
No quise darle más importancia y pasé el finde con este chico. El domingo, regresé a mi casa y, cuando entré en mi portal, me encontré con mi buzón rayado y con insultos escritos en él. Me quedé alucinando y, entonces, recibí una llamada. Era mi agresor. Me dijo: “Estás muerta”.
Llamé al chico con el que había pasado el fin de semana, me recogió en mi portal y me acompañó a la comisaría. Interpuse una denuncia y pedí una orden de alejamiento. Se celebró el juicio, me dieron la razón y se la interpusieron. No voy a entrar en detalles, porque fue un juicio muy difícil y con muchas peculiaridades, pues mi abogada me había avisado de que, por desgracia, estaban poniendo en duda a muchas mujeres y no estaban concediendo las órdenes de alejamiento.
Además, mi agresor pensaba que yo iba a ir contando por doquier lo ocurrido, cuando no era casi capaz de hablarlo con mis amigos. Por ello, entró, ya con la orden vigente, en mi facultad y fue por diversas clases, en las que creía que yo podía moverme, contando que si yo decía aquello de él, no me creyesen, porque sufría de esquizofrenia y bipolaridad. Yo noté como personas muy cercanas a mí, de repente, me apartaban de ellos o me insultaban sin razón. No me olvidaré del par de chicas que se me acercaron y me dijeron: “Tu eres equis, no?. Mira, esta persona ha venido contando esto por nuestra clase y nos ha olido muy raro, dudamos que sea verdad”. Les explique lo ocurrido y les enseñe la orden de alejamiento, ya que, hasta que finalizase su vigencia, debía llevarla encima.
Poco a poco, la gente se dio cuenta que su versión tenía lagunas. A día de hoy, amigos suyos, se dan cuenta que su parte de la historia “cojea” o ven actitudes de él que les hacen dudar de su integridad y vienen donde mí a pedirme disculpas. Tuve que ponerme en contacto con el agente que estaba al mando de mi caso varias veces, porque se saltaba la orden de alejamiento. El día que finalizó, mi agresor se presentó en mi portal y esperó a que saliese. No me dijo nada, solo me miró. Sé que era una señal de “que sepas que ya se ha terminado”. Obviamente lo notifiqué, pero, terminada la orden, ya no podían hacer nada.
Finalmente, acabé mudándome, por diversos temas, y terminó averiguando dónde vivía. Me lo encontraba en el andén a horas no muy normales para alguien que vivía tan lejos de allí, en la calle de al lado de mi casa cuando yo estaba tomando algo con mis amigos... A día de hoy, sigue acosándome de esta manera (en menor cantidad) o amenazando a mi mejor amigo cuando se lo encuentra por la calle.
El tiempo me ha hecho aprender a convivir con ello, lo cual es triste, pero me ha hecho más fuerte, como para tener valor de no agachar la cabeza cada vez que le veo.
A todas las mujeres. Eres fuerte. Todas lo somos. No te mereces nada, por mínimo que sea. No pienses que sin esa persona no eres nada. Tú, por ti misma lo eres todo. Saca tus garras.
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