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Ana Zamorano: “En Irán, las mujeres me escribían en el traductor del móvil que querían ser como yo"

Actualizado: 21 mar 2022


Ana Zamorano Ruiz es una cicloviajera, fotógrafa, documentalista y, sobre todo, una gran mujer. La joven de Sodupe, Euskal Herria, siempre ha tenido claro que no pertenecía a un solo lugar. Nada más cumplir la mayoría de edad se fue de voluntaria a Nicaragua, cambiando su forma de pensar y de ver el mundo. Se dedicó durante tres meses a convivir en un asilo con ancianos abandonados por sus familias. Tras esta enriquecedora experiencia, empezó a leer mucho sobre Latinoamérica y África, para sumergirse en su cultura y entender las situaciones a las que se enfrentan estos países. Al año siguiente, fue a El Salvador a trabajar con mujeres que habían sido encarceladas por aborto natural. Durante el tercer año de misiones sociales, dejó Latinoamérica e inició un voluntariado en Gambia. Allí creó el crowfunding Dos Señoras Vacas. A través de una página de Facebook con un enlace a PayPal y unas cuantas huchas en bares de su pueblo, solicitó donaciones para reunir 500 euros y poder comprar dos vacas de trabajo. ¡Zamorano acabó sumando más de 1500 euros! Fue entonces, cuando se dio cuenta de que los voluntariados se le estaban empezando a quedar cortos y tenía que comenzar a hacer algo por su cuenta.


Un año después, en Uganda, tras una conversación de apenas diez minutos, conoce a un cicloviajero que la animó a emprender su propia aventura. La bicicleta era sinónimo de libertad, de más destinos, de más proyectos, de más personas.


Hoy, tengo la suerte de hablar con Ana por videollamada. El Covid-19 le ha obligado a aparcar su bicicleta y gracias a ello, nos reserva un hueco para hablarnos de su experiencia.


¿Cómo te describirías?


Soy un poco norte, sur y llena de vida. Quiero vivir al máximo. La cercanía a las personas me caracteriza, sobre todo a la hora de viajar a otros países, para sumergirme en la cultura a través de la gente.


¿Qué cambió en ti para dejarlo todo y empezar a pedalear?


Es algo que venía buscando desde hace muchos años. El hecho de nacer en el seno de una familia muy marcada por la Guerra Civil, ya que mis dos bisabuelos fueron fusilados, me hizo empatizar más con los sentimientos de las personas. Donde otros sienten dolor, yo también lo hago. Un ejemplo muy cercano y actual son los refugiados. No es lo mismo verles a través de una pantalla de televisión, en la que puedes ignorarlos cambiando de canal, a que alguien de tu familia haya tenido que pasar por ello para alcanzar un nivel de vida mejor. El estar tan ligada a esas historias de terror siempre me hizo estar conectada con la gente más vulnerable. De hecho, mis viajes siempre han estado ligados a la aventura y al trabajo social. Es como un círculo vicioso, uno depende de lo otro. Fue cuestión de tiempo que emprendiese esta aventura.


Ser mujer y viajar sola, ¿es tan malo como lo pintan?


Yo siempre digo que el 95% de la gente es buena. No te voy a animar a viajar a un país en guerra, obviamente, hay lugares más peligrosos que otros, tienes que saber siempre a dónde vas. Es cierto, que hacerlo en bicicleta te hace mucho más vulnerable. Nunca puedes bajar la guardia, porque, cuando lo haces, es cuando viene el susto. He tenido que mentir muchas veces para protegerme. En India, llegué a llevar un anillo para simular que estaba casada. Una vez que me sentí cómoda, me lo quité. El simple hecho de viajar sola te hace desarrollar otro tipo de actitudes, escuchar mucho mejor tus sentidos, sentir tu vulnerabilidad y que las mujeres con las que te vas topando te acojan como si fueras su hija. Siempre hay que guiarte por tus sentidos y arrimarse a grupos de mujeres.


Has dicho que no se puede bajar la guardia, porque en ese momento es cuando puede pasar algo. ¿Has tenido que lidiar con la situación de enfrentarse a un tipo de machismo más cruel?


Sí. Aun así, debo aclarar, que las cosas que me han pasado viajando me podrían haber pasado en mi propia ciudad. Siempre comento esto con más mujeres viajeras que me encuentro por el camino. Las mujeres tenemos un gran fallo y es que, aunque es muy fuerte decirlo, damos por hecho que si no te violan, no ha pasado nada. Damos por hecho que nos van a gritar, piropear, silbar, que vamos a ser manoseadas; y no damos importancia a esos momentos súper incómodos. Son micromachismos. Por mucho que intentemos enmascararlos, debemos tenerlos en cuenta.


¿Cuál ha sido el apogeo del machismo en tus experiencias?


Una amiga armenia vino tres semanas a hacerme compañía durante un tramo del viaje. La primera noche no encontrábamos un sitio donde acampar. Entonces, un hombre nos ofreció una caseta a pie de carretera en la frontera de Irán con Armenia. Como era de noche, no teníamos más opciones y como el señor nos cayó bastante bien, aceptamos. Yo me confié porque venía de Irán y allí no se consume alcohol, porque está sumamente prohibido. Allí, llevaba dos meses conociendo a hombres muy agradables y simpáticos a los que no se le añadía el problema del alcohol. Tú puedes conocer a un hombre y que esté todo bien, pero, cuando empieza a beber, nace la fiera. Eso es lo que pasó con este hombre. Se puso a beber vodka. Siento que cometí un gran error por confiarme. El tipo nos amenazó con meterse en la cama con nosotras y demás comentarios incómodos. En ese momento, a altas horas de la noche, con todas tus cosas dentro de su casa, te invade el pánico. Al final, no sé cómo, conseguimos mantener la situación firme y no ocurrió nada. Tuve suerte de contar con mi amiga. Dos mujeres siempre unen fuerzas.


¿Alguien intentó frenarte o no creyó en ti antes de comenzar tu aventura?


Claro que sí. Mi madre siempre me repite: “Rezo para que no te encuentres con la persona equivocada”. No vamos a mentirnos, yo también lo hago. El concepto que se tiene en España de Latinoamérica es muy negativo. A pesar de ello, lo hice. Guiándome por mis instintos y con suerte, lo logré. Recuerdo el momento en el que me subí al avión rumbo a la Patagonia, pensé “he dejado todas las malas vibras en Europa”. Si ponen en duda constante tus expectativas, te acabas replanteando si estás haciendo lo correcto. Mi primo llegó a decirme que iban a tener que buscarme en un bosque, es súper fuerte. Incluso en Chile, donde, por casualidad, me alojé con una familia de clase alta, llegaron a decirme que un Guacho me iba a violar.


¿Has pensado en dejarlo?


Yo no soy ciclista. Llegué con mi bicicleta a Patagonia y empecé a subir. El primer mes y medio, mi cuerpo no estaba adaptado ni al peso, ni al esfuerzo que requería. El mapa se me hacía enorme, no como ahora. Miraba todo el recorrido que quedaba por hacer y pensaba que no sería capaz. Me entraban dudas. El cansancio, el clima, etc. Eres nadie en medio de una tormenta de nieve. Aunque siempre acaba saliendo el sol. Llega un momento en el que te das cuenta de que no son solo kilómetros. Son las personas que vas encontrando por el camino. Una semana en bicicleta, para mí es como un mes de experiencias y eso no lo cambio por nada.


¿Qué te han enseñado las mujeres que has ido conociendo por el camino?


Para mí, estar rodeada de mujeres, sobre todo aquellas que están en situaciones más desfavorecidas que las nuestras, es algo increíble y emocionante. ¡Se me está poniendo la piel de gallina al recordarlas! El amor que sientes con esas personas es indescriptible. Al convivir con ellas, entiendo que lo que tenemos que hacer las mujeres es unir fuerzas. Esa es la enseñanza que me llevo: unión. Si no hubiera sido por todas las mujeres que he conocido en el camino, mi experiencia no hubiera sido la mitad de bonita, ni la mitad de segura. La palabra es hermandad.


¿Y tú a ellas?


Cuando una mujer de cualquiera de estos países que hemos mencionado conoce a otra que viene de un país mucho más abierto, con leyes mucho más favorecedoras, se abre una ventana. Tú eres para ellas una ventana a un nuevo mundo. En Irán, las mujeres me escribían en el traductor del móvil “yo quiero ser como tú”, “quiero tener tus libertades”. También, en Latinoamérica, no paraban de preguntarme: “¿Dónde está tu marido?” “¿y tus hijos?”. Yo les contestaba que mi marido es mi bicicleta. Viajo sola porque quiero. Siempre les digo que todas las mujeres deberíamos tener un marido como la bicicleta, que no de guerra, que tú lo manejes, vayas donde quieras, etc. Ellas se morían de risa.


¿Ser de occidente es determinante a la hora de viajar?


Siempre me han tratado muy bien sabiendo que soy europea. Tienes cierto estatus en el extranjero cuando provienes de Europa, eso es indudable. Quizá el país con leyes más extremas contra la mujer en el que he estado ha sido Irán. Allí he podido comprobar la diferencia en el trato de los hombres hacia las mujeres iraníes y como me trataron a mí. Es mucho más fácil para nosotras hacer viajes como los que estoy haciendo yo, solas. Una iraní tan siquiera puede montar en bicicleta. A parte de existir una ley que lo prohíbe por resultar "insinuantes", sus maridos y familias se lo impiden por miedo a posibles represalias y al "qué dirán". Eso duele. Duele porque convives con ellas, pero tu nacionalidad, a pesar de ser mujer, supone un privilegio.


Para una mujer que quiere emprenderse en un proyecto como el tuyo ¿Qué significa verte llevándolo a cabo?


Nunca me planteé que no podía hacerlo. Quizás, viene de la mano de la educación que he recibido. Mi madre, cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, siempre nos decía “vosotras tenéis que trabajar, tener vuestro sueldo y ser independientes”, “el día que compréis un piso, que esté a vuestro nombre”. Yo creo que ese tipo de comentarios son los que nunca me han hecho dudar de mi capacidad. Además, aunque el miedo sea inevitable, es algo que se va trabajando. Hay muchas mujeres que tienen miedo a viajar en bicicleta. Tal vez no te atrevas a ir a Colombia o Irán, pero viajar por un país europeo es un buen comienzo para comprobar que esa maldad que nos venden existe, pero en un pequeño porcentaje. No hay nadie esperándote en un bosque para violarte. Es un miedo muy arraigado y lo hemos interiorizado tanto, que nos creemos incapaces.


Recuerdo que cuando vivía en Inglaterra un amigo me dijo: “Ana ¿tú sabes que lo que estás haciendo es un acto político?”. Yo en ese momento no lo vi así. Con los años, lo veo con más perspectiva y cada día estoy más segura de que tenía razón.


¿Qué ha significado esta experiencia para ti?


Recuerdo cuando volví. Uno de los colegios de Sodupe, mi pueblo, me llamó para dar una charla a niños de 6 años. En ese momento tenía la experiencia muy presente y los sentimientos a flor de piel. Les expliqué que ahora era una persona rica. Aunque no tenía dinero, porque volví con el dinero justo, para mí había descubierto una nueva riqueza. Desde la comodidad de los países desarrollados solamente estudiamos la riqueza monetaria y hay mucho más detrás de todo eso. La cultura, las sociedades... Ahora cuando miro un mapa no digo, mira, ahí está Perú. Miro un mapa y pienso en Dora o Lita. Hay nombres detrás, personas, rostros, gente con la que has compartido tu vida y siempre van a estar ahí.



Ana Y LA FOTOGRAFÍA

Ana Zamorano estudió comunicación en la Universidad del País Vasco y acabó trabajando como productora en un afamado estudio de Inglaterra. Su pasión por la fotografía y los video documentales y sus ansias de recorrer mundo redirigieron su vida. Después de recorrer más de 20.000 kilómetros en bicicleta, ganar el segundo premio a nivel europeo por el documental Barre Barreras y llenar carretes con imágenes de tres continentes; nos deja un valioso legado multimedia en sus redes sociales.


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Fotografías de Ana Zamorano Ruiz


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BY IZAR LIZARRALDE

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